lunes, 25 de diciembre de 2017

Comentario de obra de arte I: El rapto de Proserpina, de Bernini




Se trata del grupo escultórico El rapto de Proserpina, realizado por Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) entre 1621 y 1622. Pertenece, por tanto, al barroco italiano inicial, sucesor de la etapa manierista. Fue una escultura encargada por Scipione Borghese, uno de los habituales mecenas de Bernini, que se la cedió al Cardenal Ludovico Ludovisi. Este la llevó a su villa, y allí permaneció hasta que en 1908 el Estado italiano la adquirió y la devolvió a la Galleria Borghese.

La escultura, de bulto redondo, constituye un grupo escultórico de 2,25 metros de altura en el que se representa la escena del rapto de Proserpina, mostrándose el instante exacto en el que Plutón toma con brutalidad a la joven por la cintura para llevarla consigo al Inframundo mientras ella lucha por librarse de las opresoras manos del dios. Las figuras de Proserpina y Plutón son las principales del conjunto. Abajo observamos ladrando al Cancerbero, el guardián del Hades.

Esta obra está esculpida en mármol de Carrara, un material muy utilizado por Bernini como reminiscencia a Miguel Ángel, en un pulido fino, exceptuando algunas zonas, como el cabello de Proserpina y Plutón. También observamos un marcado contraste entre el cuerpo de Plutón, duro y terso debido a la tensión muscular, y el de Proserpina, blando y sensual.

En este pulimiento del mármol se aprecia también un gran virtuosismo técnico en la manera de tratar la carne, donde destaca el detalle en el que los dedos de Plutón se hunden en el muslo de Proserpina, convirtiendo el frío mármol en la carnosidad más realista, y en el conocimiento de la anatomía, donde Bernini presume de un gran estudio del desnudo clásico en el que contrasta la musculatura robusta de Plutón con la fragilidad y la dulce morbidez de Proserpina.

Las figuras son, pues, idealizadas, con un canon que sigue de las anatomías clásicas. En cuanto a su expresión, se observa el contraste entre el rostro desesperado de Proserpina y el de deseo de Plutón, resaltando así el carácter dramático y teatralizado de la obra.

La composición es abierta, rompiendo así el equilibrio propio del Renacimiento y siendo el movimiento, en este caso en acto —muy propio del Barroco—, uno de los protagonistas y lo que da un gran realismo al conjunto.

Este movimiento, en serpentinata, hace que la composición se disponga en  sentido helicoidal ascendente, una herencia del manierismo que hace que la escultura pueda apreciarse desde diferentes puntos de vista. Esto permite realizar, además, un análisis distinto del rapto según el lugar desde el que se observe. Así, desde la izquierda, produce la sensación de que Plutón trata de mantener sujeta a Proserpina; visto de manera frontal, el dios del inframundo parece un vencedor levantando su trofeo, a Proserpina; y desde la derecha, cobra Protagonismo la visión de Proserpina llamando a su madre, con Cancerbero como elemento que infunde más terror al momento.

En cuanto a la luz, esta cobra especial importancia en esta escultura, puesto que ayuda a la creación de volumen y movimiento mediante la formación de claroscuros en los pliegues de la vestimenta y en las torsiones anatómicas. Además, al tratarse de una escultura realizada en mármol, la luz resbala sobre el material, realzándose la blancura. Este rasgo puede apreciarse más en la piel de Proserpina, que sugiere suavidad frente a la rugosidad y frialdad que ofrece la de Plutón.

La temática de la composición es mitológica. A partir del mito de Proserpina, que aparece recogido en la Metamorfosis de Ovidio, pretende simbolizarse el enfrentamiento entre contrarios, compuesto por la dualidad de contrarios: fuerza-fragilidad, masculinidad-feminidad, fealdad-belleza, lascivia inocencia, brutalidad-delicadeza y violencia-sumisión. Además, siguiendo el pensamiento contrarreformista y católico de la época, la escultura podría pretender ser un medio para la lección moral, confrontando del vicio con la virtud. Con ello, se expresan los distintos comportamientos psicológicos de los personajes; es decir, los estados del alma.

Esta es una manera de aproximarse a la mitología clásica muy típica del Barroco. Durante el siglo XVII, los dioses y personajes de la Antigüedad se representaron protagonizando sus historias como si fueran situaciones de la vida cotidiana. Los artistas de la época, como Ribera, Caravaggio y Velázquez, trataron de reducir a estos personajes a la condición de simples mortales, mostrando sus defectos y vicios.

Este propósito artístico se entiende en el siglo XVII, en un mundo de luces y sombras. El Barroco se desarrolló en una época de numerosas guerras de religión. La división religiosa entre católicos y protestantes rompe la unidad ideológica que había desde la Edad Media. Las gentes de la sociedad barroca viven con la sensación de encontrarse en un mundo que se derrumba, sin la seguridad teocentrista medieval ni el optimismo antropocéntrico del Renacimiento. En este contexto, la Iglesia católica tratará de convencer declarándose poseedora de la verdad; una verdad que sustituirá a la Idea Belleza y que tratará de deslumbrar y emocionar a los fieles. Los temas pictóricos y escultóricos serán, pues, de una potente teatralidad. Se buscarán todos los efectos posibles para atraer y convencer al espectador, con un teatralizado mensaje accesible y convincente que no requiera demasiada reflexión. Se buscará, pues, crear obras de gran riqueza y sorpresa visual como expresión de poder de la Iglesia.

Esta escultura es un ejemplo de todo ello. Bernini trabajó al servicio de importantes personajes de la Iglesia católica, y varias de sus obras trataron temas religiosos. En sus esculturas, como la que es objeto de análisis en este comentario, encontramos algunos temas mitológicos, como era habitual en la escultura barroca, siendo Apolo y Dafne el ejemplo más conocido. Esta escultura, en concreto, es una de las mayores obras maestras de Bernini, y su tema, el rapto de Proserpina, ha podido estar inspirado en la escultura El rapto de las sabinas, de Juan de Bolinia. Caravaggio también fue una gran influencia para este autor, puesto que Bernini imita el realismo del pintor y tiene en común con él el gusto por la búsqueda del momento de mayor tensión, como se aprecia en esta obra.  

Bernini será una figura principal en la escultura barroca, influyendo en importantes escultores como Pietro Bracci, Fillippo della Valle, Camilo Rusconi o René Michel Slodtz. 

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