lunes, 25 de diciembre de 2017

Reseña de Breve Historia del mundo, de Ernst Gombrich

¡Muy buenas a todos! Hace tiempo os prometí en este blog que hablaríamos de libros. Siento haber tardado tanto en cumplir la promesa, pero lo bueno se hace esperar. Y aquí lo tenéis: una reseña de uno de los mejores libros para introducir a los jóvenes en el conocimiento de la Historia. 



Su autor es Ernst H. Gombrich (1909-2001), uno de los historiadores del arte más importantes del siglo XX y también autor de otra obra tan destacable como la que ahora reseñamos: La historia del arte (1950). 

En Breve Historia del mundo (1935) se hace un recorrido por la Historia orientado a jóvenes lectores que tengan su primer acercamiento a esta disciplina, desde la Prehistoria hasta el final de la Primera Guerra Mundial, con un epílogo añadido posteriormente, en 1998, sobre cómo el autor vivió la Segunda Guerra Mundial. La finalidad no es presentar un recorrido histórico lineal, sino que el lector se construya una idea general de la Historia mundial, destacando los episodios más importantes. 

Sin embargo, Gombrich no solo pretende transmitir información, sino que, a su vez, persigue que los jóvenes disfruten verdaderamente aprendiendo Historia. Es por eso por lo que Breve Historia del mundo está escrita en un estilo ameno y accesible y sin abrumar con datos. De hecho, en el primer capítulo, el autor apela a que los lectores se relajen y sigan la Historia “sin tomar notas ni sentirse obligados a recordar nombres y fechas”. Así pues, siguiendo este fin, el libro está narrado casi como si de un cuento se tratara, con un tono que nos aleja de la frialdad de un libro de texto y empleando fórmulas que implican al lector con lo que se narra, tales como “te preguntarás…”, “como sabrás…”, etc. También en esta búsqueda de la implicación del joven lector y que este comprenda lo que se está narrando, el autor toma múltiples ejemplos de la vida cotidiana de los niños y adolescentes y se adapta a su forma de pensar. Esto se refleja especialmente en el primer capítulo, cuando trata de hacer conscientes a los lectores de la magnitud del tiempo, intentando que comprendan, primero, el paso del tiempo en ellos mismos, luego en sus padres y abuelos y, finalmente, en una enorme cadena. Hacer siempre referencia a sus lectores, con ejemplos cotidianos y que entiendan, es más efectivo que utilizar datos abstractos. 

Atendiendo ahora a los contenidos, esta obra también es adecuada para los jóvenes porque cuenta con ilustraciones; los títulos de los capítulos y epígrafes son sugerentes; se detiene en acontecimientos que pueden interesar a un adolescente, como los caballeros medievales; y transmite los valores de la tolerancia, sobre todo en el capítulo dedicado a la época del nazismo. En este capítulo se reflexiona sobre la naturaleza humana y cómo puede ser posible que retrocedamos en valores si no empezamos por concienciarnos nosotros mismos de los peligros de ciertas acciones y pensamientos, como cuando se critica a un compañero en el colegio por ser diferente, nos señala Gombich. Este último ejemplo resulta muy útil y cercano, porque a veces solo pensamos en acciones a gran escala y no en las del día a día y a nuestro alcance, y nos enseña a ser críticos con nuestra sociedad, sus valores y con nosotros mismos.

Por otro lado, esta obra resulta novedosa porque, a pesar de los años en los que fue escrita, se presenta una Historia que no solo tiene en cuenta a Occidente, sino que también contempla aspectos de la historia de la India y de China, a los cuales les dedica, al menos, un capítulo completo y posteriores menciones. Conocer culturas y religiones tan lejanas de la occidental es muy enriquecedor para los jóvenes y resulta muy útil para combatir la historia eurocentrista de la que adolecen la mayoría de los libros curriculares.

Sin embargo, lo que verdaderamente distingue esta obra de Gombrich de otras historias del mundo es que en ella se reflexiona sobre la Historia. Habitualmente, en los libros curriculares solo se presentan los acontecimientos principales del pasado, pero no se incluye una reflexión sobre la propia Historia. En este sentido, es particularmente interesante el capítulo “Un enemigo de la Historia”, en el que se cuenta una anécdota sobre un gobernante chino que dio órdenes de destruir toda realización anterior a su tiempo, pretendiendo hacer de toda China su obra. Si embargo, finalmente, a la muerte del gobernante, se recuperaron los escritos del pasado, lo que nos enseña que la Historia no se puede prohibir ni borrar, y que todo aquel que quiera realizar algo nuevo debe conocerla.

Pero las reflexiones más interesantes las encontramos en el capítulo añadido en la última edición, en el que Gombrich reflexiona sobre los hechos históricos vividos por él. Este capítulo sirve para que pensemos en lo diferente que se percibe una historia conocida por los libros de una vivida por uno mismo, lo que nos conduce a otra reflexión acerca de la importancia de la objetividad histórica. En esta idea, el autor rectifica en el capítulo la visión que transmitió de algún aspecto de la Primera Guerra Mundial. Al vivir este conflicto bélico, nos dice, se limitó a creer lo que de él se contaba en ese entonces y a basarse en lo que recordaba haber leído en aquellos tiempos, lo cual se acabó demostrando falso. Esto invita a los jóvenes a reflexionar sobre el deber de imparcialidad de todo historiador y a ser críticos con la información que les llega de determinados hechos, lo cual resulta particularmente útil en una era dominada por los medios de comunicación.

Pero, sobre todo, esta lectura resulta imprescindible para todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes que quieran acercarse a la Historia porque se logra en ella transmitir lo apasionante y sorprendente de esta disciplina: “Lo mejor de la Historia universal", nos dice Gombrich al final del libro, "es que sea realmente verdadera y que todos esos sucesos sorprendentes hayan sido auténticamente ciertos como lo somos hoy tú y yo”.


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