¡Muy buenas a todos! Hace tiempo os prometí en este blog que hablaríamos de libros. Siento haber tardado tanto en cumplir la promesa, pero lo bueno se hace esperar. Y aquí lo tenéis: una reseña de uno de los mejores libros para introducir a los jóvenes en el conocimiento de la Historia.
Su autor es Ernst H. Gombrich (1909-2001), uno de los historiadores
del arte más importantes del siglo XX y también autor de otra obra tan
destacable como la que ahora reseñamos: La historia del arte (1950).
En Breve Historia del mundo (1935) se hace un recorrido
por la Historia orientado a jóvenes lectores que tengan su primer acercamiento
a esta disciplina, desde la Prehistoria hasta el final de la Primera Guerra
Mundial, con un epílogo añadido posteriormente, en 1998, sobre cómo el autor
vivió la Segunda Guerra Mundial. La finalidad no es presentar un recorrido
histórico lineal, sino que el lector se construya una idea general de la
Historia mundial, destacando los episodios más importantes.
Sin embargo, Gombrich no solo pretende transmitir información, sino que, a
su vez, persigue que los jóvenes disfruten verdaderamente aprendiendo Historia.
Es por eso por lo que Breve Historia del mundo está escrita en
un estilo ameno y accesible y sin abrumar con datos. De hecho, en el primer
capítulo, el autor apela a que los lectores se relajen y sigan la Historia “sin
tomar notas ni sentirse obligados a recordar nombres y fechas”. Así pues,
siguiendo este fin, el libro está narrado casi como si de un cuento se tratara,
con un tono que nos aleja de la frialdad de un libro de texto y empleando
fórmulas que implican al lector con lo que se narra, tales como “te
preguntarás…”, “como sabrás…”, etc. También en esta búsqueda de la implicación
del joven lector y que este comprenda lo que se está narrando, el autor toma múltiples
ejemplos de la vida cotidiana de los niños y adolescentes y se adapta a su
forma de pensar. Esto se refleja especialmente en el primer capítulo, cuando
trata de hacer conscientes a los lectores de la magnitud del tiempo, intentando
que comprendan, primero, el paso del tiempo en ellos mismos, luego en sus
padres y abuelos y, finalmente, en una enorme cadena. Hacer siempre referencia
a sus lectores, con ejemplos cotidianos y que entiendan, es más efectivo que
utilizar datos abstractos.
Atendiendo ahora a los contenidos, esta obra también es adecuada para los
jóvenes porque cuenta con ilustraciones; los títulos de los capítulos y
epígrafes son sugerentes; se detiene en acontecimientos que pueden interesar a
un adolescente, como los caballeros medievales; y transmite los valores de la
tolerancia, sobre todo en el capítulo dedicado a la época del nazismo. En este
capítulo se reflexiona sobre la naturaleza humana y cómo puede ser posible
que retrocedamos en valores si no empezamos por concienciarnos nosotros mismos
de los peligros de ciertas acciones y pensamientos, como cuando se critica a un
compañero en el colegio por ser diferente, nos señala Gombich. Este último
ejemplo resulta muy útil y cercano, porque a veces solo pensamos en acciones a
gran escala y no en las del día a día y a nuestro alcance, y nos enseña a ser
críticos con nuestra sociedad, sus valores y con nosotros mismos.
Por otro lado, esta obra resulta novedosa porque, a pesar de los años en
los que fue escrita, se presenta una Historia que no solo tiene en cuenta a
Occidente, sino que también contempla aspectos de la historia de la India y de
China, a los cuales les dedica, al menos, un capítulo completo y posteriores
menciones. Conocer culturas y religiones tan lejanas de la occidental es muy
enriquecedor para los jóvenes y resulta muy útil para combatir la historia
eurocentrista de la que adolecen la mayoría de los libros curriculares.
Sin embargo, lo que verdaderamente distingue esta obra de Gombrich de otras
historias del mundo es que en ella se reflexiona sobre la Historia.
Habitualmente, en los libros curriculares solo se presentan los acontecimientos
principales del pasado, pero no se incluye una reflexión sobre la propia
Historia. En este sentido, es particularmente interesante el capítulo “Un
enemigo de la Historia”, en el que se cuenta una anécdota sobre un gobernante
chino que dio órdenes de destruir toda realización anterior a su tiempo,
pretendiendo hacer de toda China su obra. Si embargo, finalmente, a la muerte
del gobernante, se recuperaron los escritos del pasado, lo que nos enseña que
la Historia no se puede prohibir ni borrar, y que todo aquel que quiera
realizar algo nuevo debe conocerla.
Pero las reflexiones más interesantes las encontramos en el capítulo
añadido en la última edición, en el que Gombrich reflexiona sobre los hechos
históricos vividos por él. Este capítulo sirve para que pensemos en lo
diferente que se percibe una historia conocida por los libros de una vivida por
uno mismo, lo que nos conduce a otra reflexión acerca de la importancia de la
objetividad histórica. En esta idea, el autor rectifica en el capítulo la
visión que transmitió de algún aspecto de la Primera Guerra Mundial. Al vivir
este conflicto bélico, nos dice, se limitó a creer lo que de él se contaba en
ese entonces y a basarse en lo que recordaba haber leído en aquellos tiempos,
lo cual se acabó demostrando falso. Esto invita a los jóvenes a reflexionar
sobre el deber de imparcialidad de todo historiador y a ser críticos con la
información que les llega de determinados hechos, lo cual resulta
particularmente útil en una era dominada por los medios de comunicación.
Pero, sobre todo, esta lectura resulta imprescindible para todos aquellos
jóvenes y no tan jóvenes que quieran acercarse a la Historia porque se logra en
ella transmitir lo apasionante y sorprendente de esta disciplina: “Lo mejor de
la Historia universal", nos dice Gombrich al final del libro, "es que
sea realmente verdadera y que todos esos sucesos sorprendentes hayan sido
auténticamente ciertos como lo somos hoy tú y yo”.
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